quinta-feira, 19 de fevereiro de 2009

Tierra arrasada


Una visita a Gaza tras el cese del fuego. Cómo es cruzar el muro que la separa de Israel. La destrucción, el negocio del contrabando que provocó el bloqueo israelí y Maradona como contraseña para sortear fronteras.

Ariel Zak, enviado especial.

Lleva armas? ¿Tiene ciudadanía israelí? Muéstreme su pasaporte. ¿Credencial de periodista? Tiene un sello de haber estado antes en Israel. ¡Usted es judío! ¿Tiene familia acá? ¿Seguro? ¿Y por qué habla en hebreo? … Nosotros le recomendamos que no entre: no es un lugar seguro. Como no es ciudadano, puede pasar, pero sepa que el ejercito israelí no va a entrar a buscarlo si algo le pasa allí adentro". Esta es la bienvenida a Gaza. O mejor dicho, la despedida antes de entrar a la franja.

Con el cese al fuego unilateral decretado por Israel –en un acto que más tarde imitó Hamas– se me abrieron las puertas para ingresar al escenario de la destrucción. Claro que no es tan fácil. El interrogatorio dura cerca de media hora y salí airoso, entre otras cosas, porque tengo muy claro quiénes son Diego Maradona y Lionel Messi, y porque una credencial de prensa ayuda un poco. De otra forma, no hubiese entrado.

Fue solo el principio. Ni siquiera. El escenario en el que me encuentro es mucho más absurdo que ese intercambio futbolero. El interrogatorio de las autoridades israelíes no tiene lugar en un puesto de aduana, ni en un simple paso fronterizo: es a la vera del muro. Un paredón de hormigón armado frío, gris, alto que separa a israelíes de palestinos.

¿Cómo hay gente que vive entre un muro y el mar? ¿Cómo se puede vivir atravesando ese muro ida y vuelta cada día, pasando por un escaneo y otro escaneo? Porque hasta no hace mucho, cuando todavía no se había lanzado la operación Plomo Fundio del ejército israelí, la gente entraba y salía, pasaba al menos dos veces al día los controles para ir a trabajar.

Después del paredón, viene una leonera, un túnel alambrado que ahora tiene menos de doscientos metros de largo, pero que antes de los bombardeos era peor. El camino de la humillación, podríamos llamarle. Y al final del túnel, hay otros quinientos metros a la intemperie. Ahí ya empieza a verse la destrucción de la ciudad, que ya antes de las bombas era polvorienta, pobre y desordenada.

En este punto se encuentra otro puesto de control, el palestino. Maradona sigue siendo la mejor contraseña. Y de pronto un taxista –bah, un hombre que ilegalmente me cobra para llevarme hasta un hotel–se convierte en el primer dueño palestino de mi vida.

El polémico muro que queda atrás se construyó en medio de las críticas internacionales. Cuando en 2002, durante el mandato del ex primer ministro Ariel Sharon, los israelíes comenzaron a levantarlo con el objetivo de evitar el acceso a Israel de los hombres–bomba que convirtieron el trasporte público, los restaurantes y los centros comerciales en zonas de altísimo riesgo, la polémica se disparó. Se habló de segregación y algunos organismos de derechos humanos lo criticaron por no respetar la marcación territorial que había establecido la ONU.

Las voces de denuncia siguieron. En 2004 el tribunal internacional de La Haya lo calificó de ilegal porque cortaba las tierras palestinas –no sólo en Gaza, sino también en Cisjordania– y porque aislaba a las personas. Pero el primer ministro israelí siguió con la empresa y el muro de casi 650 kilómetros de largo se terminó de construir. La ola de atentados –de la segunda Intifada– se acabó y un millón y medio de personas quedaron atrapada entre los muros y el mar Mediterráneo.

Acesse a íntegra da crônica em Crítica Digital.

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